Amada Antola,
ya todo se acabó para mí. Cuando
ésta llegue a vuestro poder, ya no seré más que un recuerdo.
Tened valor para llenad este
golpe, que yo lo acojo con la tranquilidad de la conciencia de quien nunca ha
faltado a su deber.
Muero pensando en vosotros y sed
siempre buenos, como hasta hoy. Vosotros sabéis que mi nombre lo podéis llevar
con orgullo porque siempre he cumplido y todos os habéis criado al amparo del
trabajo y la honradez.
En este momento supremo no tengo
de que arrepentirme. Y sólo vuestro dolor me produce pena.
Adiós, almas de mi alma, Antola
mía. No os separéis nunca. Procura que nuestros hijos crezcan y se críen en el
buen recuerdo de su padre, que para ellos lo quiso todo.
Adiós por última vez.
El último beso que os mando,
recibidlo con serenidad.
Paco. 23 de octubre de 1940
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